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Pintura, Pintura, Pintura como gesto radical: encuentro con Mariela Scafati

México
2025.05.14
Tiempo de lectura: 13 minutos

Platicar con Mariela Scafati es tener frente a unx la oportunidad para plantear la profundización en diversos aspectos, debido a su trayectoria y su compromiso con las demandas del presente, no desde un activismo que encara de frente, sino desde acciones coreografiadas que proponen atravesar la incertidumbre del comienzo-enmedio-comienzo, para asimilar la vulnerabilidad que nos constituye y radicalizar todo. En esta ocación el pretexto fue su última exposición en Travesía Cuatro en Guadalajara.

Después de varios intentos logramos cuadrar nuestra reunión, en ese momento Mariela se encontraba en Arévalo, España, en plena residencia artística en Collegium. Para Scafati, ese lugar fungió como refugió (para ella y para unx de sus compañías de vida; su hijx), para pintar, coser y sobre todo, pensar. La entrevista fue online y a pesar de la distancia todo favoreció para que la cercanía se hiciera presente. 

“Hace tiempo me pasó con la pintura, al vestirla se vuelve cuerpo, como los cuerpos al atarse se vuelven un poco cosas”, me dijo, mientras resolvía cómo pegar la velita de cumpleaños  con el número 5 que habían encontrado unas horas antes. Conversamos durante más de una hora sobre su reciente exposición en Travesía Cuatro Guadalajara, Pintura, Pintura, Pintura, su relación con la casa que la aloja, sus colaboraciones con colectivos queer y su práctica como pintora en un país, como Argentina, donde el gobierno de Javier Milei amenaza con desmontar todo lo que huela a comunidad, cultura, afecto o vida. 

En ese vaivén entre México, Argentina y España, Scafati teje una obra que es a la vez íntima y política. Su pintura no busca respuestas definitivas, sino preguntas que puedan compartirse.

 Una obra que habita la casa y el cuerpo

En las primeras salas de la muestra, los bastidores marrones cuelgan del techo, atravesando la habitación como una instalación coreográfica. Son nueve. Entre ellos, una pintura rosa —Rosa Maravichonga— irrumpe como un susurro brillante. La disposición remite al concepto de “turba tierna” que ella misma propone: cuerpos en suspensión, posibles de tocar, pero no del todo alcanzables. El espacio que deja cada pieza es aire para pensar.

La elección del color, sobre todo del rosa, no es decorativa. Es política. Es memoria también. Para ella, el rosa no es solo un color amable, sino un archivo sensible: en las marchas argentinas, el rosa se usa en los carteles, en las banderas, en los labios. Es el color del deseo, pero también del duelo. Cuando Mariela habla del color, unx entiende que no hay gesto en su obra que no esté lleno de sentido.

Kamishibai y terciopelo: el arte desde el regazo

En una sala contigua, la obra Kamishibai marrón reproduce una pequeña estructura japonesa de teatro de papel. En lugar de dibujos narrativos, hay pequeños lienzos monocromos, enmarcados con volados de terciopelo cosidos a mano. Mariela me explicó cómo esta pieza remite al acto íntimo de la costura, al tiempo detenido del cuidado. Para ella, ese tipo de gestos mínimos son formas de resistencia. Frente al vértigo del neoliberalismo, su propuesta es radicalmente otra: detenerse, acercarse, volver al origen.

La otra pieza textil, Pintura despierta, juega con la idea del marco blando. Un cuadrado de terciopelo berenjena contiene otro más pequeño, pintado de rosa. Mariela la describe como “un rascuacho”, evocando la estética fronteriza del óleo sobre terciopelo.  Se entiende que en principio es una palabra que usaban para decir que algo era de baja calidad. Lo rascuache, lo que no está legitimado, lo que vive en los márgenes. Como su propia práctica: ni del todo pintura, ni escultura, ni textil, ni performance, ni política —y sin embargo todo eso a la vez.

Pintura y cuerpo: una frontera desdibujada

En la segunda sala, dos cuerpos-pintura, atados con técnica de shibari, cuelgan del techo. No hay morbo, pero sí una tensión entre lo erótico y lo político. “Me interesa ese borde entre el dolor y el placer”, apunta, “esa línea donde se borran las certezas y solo queda el tacto, el roce, la cuerda”. En ese punto es donde su obra se vuelve más queer. No por una representación identitaria evidente, sino por su forma de desarticular lo binario, de dejar que los materiales —y los cuerpos— se contradigan, se deshagan, se rehagan. Me explicaba el proceso al relacionarse con el shibari; sostener, suspender y cuidar, decíamos.

El torso final de la muestra, compuesto por una cascada de bastidores invertidos abrigados por un suéter rosa, remite directamente a su exposición Las cosas amantes de 2015. El gesto de invertir los cuadros y pintar su reverso es también una declaración: mostrar lo que no se ve, darle cuerpo a la parte oculta de la pintura. 

Activismo, comunidad y serigrafía: otra forma de pintar

Más allá de sus exposiciones individuales, Scafati ha construido una práctica profundamente colectiva. Desde 2007 forma parte de Serigrafistas Queer, un grupo que produce consignas para estampar en camisetas usadas en marchas y manifestaciones transfeministas. En los talleres del grupo, se discuten las consignas, se crean los tablones colectivamente, y luego se imprimen camisetas con frases como “El cuerpo, barricada fluida” o “Amor marica para todes”.

Le pregunto por el colectivo y me cuenta de Rancho Cuis, Me cuenta que decidieron construir –o desdoblar– el proyecto hacía la habitabilidad, aprovechando la figura de los cuis (una especie de roedor endémico del sur continental) “Rancheamos juntxs. Nos cuidamos. No hay obra que vender, no hay resultado que medir. Hay proceso, hay escucha, hay alegría”. Frente al capitalismo del arte que exige obras como productos, Scafati responde con el afecto como metodología.

También participó en Cromoactivismo, un colectivo que interviene con color en eventos políticos. Pintaron pancartas para la legalización del aborto, intervinieron las marchas del orgullo, organizaron “cromoactivaciones” en escuelas y barrios. “El color no es neutro”, dice. Pintar una cartulina de verde o de rosa es una toma de posición. Frente al avance del odio, ellxs responden con color.

Ser queer en el gobierno del ajuste

La conversación inevitablemente vuelve al presente político. “La situación en Argentina es asfixiante”, dice Mariela. “El gobierno de Milei quiere borrar todo lo que huela a comunidad, a derechos, a cultura”. Me habla de distintas formas en las que considera es necesario movilizarnos porque aquí no cabe el fascismo. Todo lo que hacemos, incluso una muestra como esta, se vuelve un acto político. No es solo estética. Es sostener una forma de vida que está siendo atacada.

Pero no se victimiza. Al contrario. Mariela cree en la potencia de lo colectivo. “Seguimos organizándonos. No nos van a aislar. El arte también es una trinchera, y en la pintura hay fuerza apesar de que no sea suficiente”. Me cuenta de formas en las cuáles se está respondiendo, una de ellas es el encuentro y el compromiso que ésto demanda, la formación y autoformación colectiva, de la escuela YoNoFui y de las Columnas Mostri.

Una forma de estar juntxs

Al terminar la llamada  me quedé pensando en algo que dijo casi al inicio de nuestra conversación: “A veces la pintura no sirve para mostrar nada. Sirve para estar. Para estar con otres. Para acompañar. Para no rendirse”. En tiempos de violencia y despojo, su obra se vuelve una práctica de cuidado, una estrategia de resistencia sensible, una casa que se habita con otras preguntas.


En Pintura, Pintura, Pintura, Mariela Scafati no solo expone cuadros. Nos expone una forma de vivir, de amar, de luchar. Su pintura es cuerpo, es comunidad, es archivo afectivo. Es rosa, marrón y carne. Es un espacio donde aún es posible sostenernos juntxs, inauguró el pasado mes de Febrero y clausura este sábado 17M en la ciudad de Guadalajara, México.

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Después de varios intentos logramos cuadrar nuestra reunión, en ese momento Mariela se encontraba en Arévalo, España, en plena residencia artística en Collegium. Para Scafati, ese lugar fungió como refugió (para ella y para unx de sus compañías de vida; su hijx), para pintar, coser y sobre todo, pensar. La entrevista fue online y a pesar de la distancia todo favoreció para que la cercanía se hiciera presente. 

“Hace tiempo me pasó con la pintura, al vestirla se vuelve cuerpo, como los cuerpos al atarse se vuelven un poco cosas”, me dijo, mientras resolvía cómo pegar la velita de cumpleaños  con el número 5 que habían encontrado unas horas antes. Conversamos durante más de una hora sobre su reciente exposición en Travesía Cuatro Guadalajara, Pintura, Pintura, Pintura, su relación con la casa que la aloja, sus colaboraciones con colectivos queer y su práctica como pintora en un país, como Argentina, donde el gobierno de Javier Milei amenaza con desmontar todo lo que huela a comunidad, cultura, afecto o vida. 

En ese vaivén entre México, Argentina y España, Scafati teje una obra que es a la vez íntima y política. Su pintura no busca respuestas definitivas, sino preguntas que puedan compartirse.

 Una obra que habita la casa y el cuerpo

En las primeras salas de la muestra, los bastidores marrones cuelgan del techo, atravesando la habitación como una instalación coreográfica. Son nueve. Entre ellos, una pintura rosa —Rosa Maravichonga— irrumpe como un susurro brillante. La disposición remite al concepto de “turba tierna” que ella misma propone: cuerpos en suspensión, posibles de tocar, pero no del todo alcanzables. El espacio que deja cada pieza es aire para pensar.

La elección del color, sobre todo del rosa, no es decorativa. Es política. Es memoria también. Para ella, el rosa no es solo un color amable, sino un archivo sensible: en las marchas argentinas, el rosa se usa en los carteles, en las banderas, en los labios. Es el color del deseo, pero también del duelo. Cuando Mariela habla del color, unx entiende que no hay gesto en su obra que no esté lleno de sentido.

Kamishibai y terciopelo: el arte desde el regazo

En una sala contigua, la obra Kamishibai marrón reproduce una pequeña estructura japonesa de teatro de papel. En lugar de dibujos narrativos, hay pequeños lienzos monocromos, enmarcados con volados de terciopelo cosidos a mano. Mariela me explicó cómo esta pieza remite al acto íntimo de la costura, al tiempo detenido del cuidado. Para ella, ese tipo de gestos mínimos son formas de resistencia. Frente al vértigo del neoliberalismo, su propuesta es radicalmente otra: detenerse, acercarse, volver al origen.

La otra pieza textil, Pintura despierta, juega con la idea del marco blando. Un cuadrado de terciopelo berenjena contiene otro más pequeño, pintado de rosa. Mariela la describe como “un rascuacho”, evocando la estética fronteriza del óleo sobre terciopelo.  Se entiende que en principio es una palabra que usaban para decir que algo era de baja calidad. Lo rascuache, lo que no está legitimado, lo que vive en los márgenes. Como su propia práctica: ni del todo pintura, ni escultura, ni textil, ni performance, ni política —y sin embargo todo eso a la vez.

Pintura y cuerpo: una frontera desdibujada

En la segunda sala, dos cuerpos-pintura, atados con técnica de shibari, cuelgan del techo. No hay morbo, pero sí una tensión entre lo erótico y lo político. “Me interesa ese borde entre el dolor y el placer”, apunta, “esa línea donde se borran las certezas y solo queda el tacto, el roce, la cuerda”. En ese punto es donde su obra se vuelve más queer. No por una representación identitaria evidente, sino por su forma de desarticular lo binario, de dejar que los materiales —y los cuerpos— se contradigan, se deshagan, se rehagan. Me explicaba el proceso al relacionarse con el shibari; sostener, suspender y cuidar, decíamos.

El torso final de la muestra, compuesto por una cascada de bastidores invertidos abrigados por un suéter rosa, remite directamente a su exposición Las cosas amantes de 2015. El gesto de invertir los cuadros y pintar su reverso es también una declaración: mostrar lo que no se ve, darle cuerpo a la parte oculta de la pintura. 

Activismo, comunidad y serigrafía: otra forma de pintar

Más allá de sus exposiciones individuales, Scafati ha construido una práctica profundamente colectiva. Desde 2007 forma parte de Serigrafistas Queer, un grupo que produce consignas para estampar en camisetas usadas en marchas y manifestaciones transfeministas. En los talleres del grupo, se discuten las consignas, se crean los tablones colectivamente, y luego se imprimen camisetas con frases como “El cuerpo, barricada fluida” o “Amor marica para todes”.

Le pregunto por el colectivo y me cuenta de Rancho Cuis, Me cuenta que decidieron construir –o desdoblar– el proyecto hacía la habitabilidad, aprovechando la figura de los cuis (una especie de roedor endémico del sur continental) “Rancheamos juntxs. Nos cuidamos. No hay obra que vender, no hay resultado que medir. Hay proceso, hay escucha, hay alegría”. Frente al capitalismo del arte que exige obras como productos, Scafati responde con el afecto como metodología.

También participó en Cromoactivismo, un colectivo que interviene con color en eventos políticos. Pintaron pancartas para la legalización del aborto, intervinieron las marchas del orgullo, organizaron “cromoactivaciones” en escuelas y barrios. “El color no es neutro”, dice. Pintar una cartulina de verde o de rosa es una toma de posición. Frente al avance del odio, ellxs responden con color.

Ser queer en el gobierno del ajuste

La conversación inevitablemente vuelve al presente político. “La situación en Argentina es asfixiante”, dice Mariela. “El gobierno de Milei quiere borrar todo lo que huela a comunidad, a derechos, a cultura”. Me habla de distintas formas en las que considera es necesario movilizarnos porque aquí no cabe el fascismo. Todo lo que hacemos, incluso una muestra como esta, se vuelve un acto político. No es solo estética. Es sostener una forma de vida que está siendo atacada.

Pero no se victimiza. Al contrario. Mariela cree en la potencia de lo colectivo. “Seguimos organizándonos. No nos van a aislar. El arte también es una trinchera, y en la pintura hay fuerza apesar de que no sea suficiente”. Me cuenta de formas en las cuáles se está respondiendo, una de ellas es el encuentro y el compromiso que ésto demanda, la formación y autoformación colectiva, de la escuela YoNoFui y de las Columnas Mostri.

Una forma de estar juntxs

Al terminar la llamada  me quedé pensando en algo que dijo casi al inicio de nuestra conversación: “A veces la pintura no sirve para mostrar nada. Sirve para estar. Para estar con otres. Para acompañar. Para no rendirse”. En tiempos de violencia y despojo, su obra se vuelve una práctica de cuidado, una estrategia de resistencia sensible, una casa que se habita con otras preguntas.


En Pintura, Pintura, Pintura, Mariela Scafati no solo expone cuadros. Nos expone una forma de vivir, de amar, de luchar. Su pintura es cuerpo, es comunidad, es archivo afectivo. Es rosa, marrón y carne. Es un espacio donde aún es posible sostenernos juntxs, inauguró el pasado mes de Febrero y clausura este sábado 17M en la ciudad de Guadalajara, México.