A lo largo de la historia del pensamiento humano, lxs filósofxs han caído en cuenta de algo revelador: existe una profunda herida ontológica en la humanidad porque nuestra experiencia del mundo está mediada. El debate sobre qué es exactamente lo que atraviesa nuestra existencia y nos impide tocar directamente lo que nos acontece sigue abierto. Algunxs, como Kant, llaman fenómeno a lo que experimentamos, en contraste con el noúmeno, eternamente inalcanzable. Otrxs, como Descartes, esbozan la idea de un genio maligno que podría estar manipulando nuestros sentidos hasta hacernos dudar de nuestra propia existencia, ante lo cual estaríamos completamente indefensxs. Incluso Platón situaba las esencias de las cosas en el Topus Uranus, un lugar inaccesible para lxs mortales.
Ante estas posturas, el cuerpo aparece como un contenedor de algo otro que lo habita, pero que no puede abandonar ni experimentar el mundo fuera de él. ¿Acaso es una nave que nos sirve como vehículo para navegar los recovecos de la existencia? O, quizás, una forma de estar y ser en el mundo a la que nos volcamos constantemente. Siempre viendo hacia afuera o, como diría Husserl, nuestra conciencia volcada hacia algo que está fuera de ella pero que no es ella.
De la misma manera que sucede con nuestros cuerpos, donde la conciencia existe orientada hacia el exterior, el ser humano ha decidido emprender un nuevo viaje fuera de sí mismo, fuera del planeta que ha habitado desde su aparición. La humanidad ahora viaja por un entorno al que se le ha denominado "espacio exterior".
Llegar al espacio exterior abre el debate, ya que no hay un límite claro entre lo que todavía se considera parte de la atmósfera terrestre y aquello que se encuentra fuera de esta delgada capa invisible que protege a los seres vivos del planeta Tierra. Pareciera que los gases y el campo magnético se van difuminando hasta que las partículas son cada vez más avasalladas por la inmensa nada. A nivel internacional, la línea de Kármán, establecida a 100 km sobre la superficie de la Tierra, es aceptada como la frontera entre nuestro planeta y el espacio exterior.
Más allá de esta delgada capa de gas que recubre a nuestro hogar en el sistema solar, se encuentra lo absolutamente Otro. Los artefactos humanos pierden su efectividad, pues lo que funciona en la Tierra ya no es viable fuera de ella. El ser humano tiene que reinventarse, reconstruirse, crear puentes entre lo propio y lo diferente, e interpretar lo que se encuentra allá afuera para que sea comprensible. ¿Acaso las categorías ontológicas se ven trastocadas?
Según Aristóteles, las categorías ontológicas señalan atributos de los objetos de la realidad. Sin embargo, dado que esta realidad está eternamente mediada por algo que no nos permite acceder a ella en su totalidad, pensadorxs como Kant han sugerido que las categorías son propiamente humanas, una lente a través de la cual observamos las cosas.
En la Tierra, en nuestro entorno común y bajo las condiciones que conocemos, estas categorías parecen estar dadas y ser inamovibles, como una condición necesaria para nuestra existencia. Pero al encontrarnos en un medio adverso para la vida humana, como el vacío del espacio o en las condiciones extremas de presión, gravedad y temperatura de un cuerpo como Venus, o el gélido y volátil mundo de un cometa, vale la pena preguntarnos cómo podrían verse trastocadas o recubiertas por una capa de meta-realidad compuesta de máquinas, datos y mediaciones.
Analicemos algunas de las categorías ontológicas ante la situación de la exploración espacial. Según Aristóteles, la sustancia es aquello que permanece en una cosa a pesar de los cambios; por ejemplo, lo que hace que un perro siga siendo un perro. La Unión Soviética envió decenas de perras callejeras al espacio antes de atreverse a enviar al primer ser humano, el piloto Yuri Gagarin, quien se convertiría en el primer cosmonauta. Después de alrededor de una docena de intentos, lograron mejorar la tecnología y los sistemas de soporte vital para que los animales pudieran regresar con vida. Esta fue la primera prueba de que un ser vivo, muy similar al ser humano, podría sobrevivir a lo que antes era el insondable espacio exterior. A su regreso, estos primeros seres vivos no presentaron cambios esenciales. Sin embargo, en la historia posterior a la exploración espacial, hemos logrado extender las estancias extraterrestres por poco más de un año. Una de las situaciones más estudiadas a lo largo de la historia de los viajes espaciales es el hecho de que las estancias prolongadas fuera del planeta tienen efectos biológicos y fisiológicos sobre el cuerpo humano, algunos reversibles y otros permanentes, tras el regreso a las condiciones de origen.
En un estudio con la participación de gemelxs, donde unx estuvo casi un año en el espacio y lx otrx permaneció en la Tierra, se encontró que los telómeros —una parte del ADN que se acorta con el paso del tiempo como un proceso natural de envejecimiento de las células que, al replicarse, pierden parte de estos llamados telómeros— eran más largos en lx astronauta que permaneció en el espacio. Afirmar que rejuveneció sería aventurado, pero abre la puerta a preguntarnos si el paso del tiempo en el espacio tiene el mismo significado que para nuestros cuerpos en la Tierra.
Además de los efectos físicos, si dirigimos la mirada a Heidegger y su postulado del Dasein [1], entendiendo al ser humano como un ser en el mundo, llevarlo al espacio plantea nuevas consideraciones. Aunque Heidegger se refiere a una categoría universal, vale la pena preguntarse si se puede ser en el mundo de la misma manera cuando se está confinadx a una cápsula imposible de abandonar o a un traje que no permite el contacto con el exterior, si no es a través de una dura coraza que sólo nos entrega datos comprensibles para la conciencia pero imposibles de experimentar con nuestros sentidos. Jamás sabremos lo que se siente en la piel estar expuestxs ante una gran cantidad de radiación cósmica, pues intentarlo nos costaría la vida. Tendremos que confiar en los instrumentos que hemos creado, que son sensibles a ciertos impulsos e interpretan la realidad para advertirnos del peligro. ¿Será que esa nave, ese traje o esos instrumentos se convierten en parte de nuestros cuerpos, como una segunda piel sin la cual es imposible experimentar el exterior?
Esto nos lleva a la experiencia estética, entendida en su origen griego como el estudio de lo sensible o perceptible a través de los sentidos. Al contemplar las grandiosas imágenes de zonas del universo creadas a partir de datos transmitidos por antenas y telescopios espaciales, como Los Pilares de la Creación [2], es inevitable pensar en el postulado kantiano de lo sublime. Para Kant, lo sublime ocurre al experimentar objetos o eventos de tal magnitud que podrían destruir a lx espectadorx. Un ejemplo es la contemplación de una erupción volcánica, un evento de proporciones casi inconmensurables para un ser humano, que revela nuestra vulnerabilidad.
Sin duda, imaginar un encuentro en primera persona con algunos de los eventos que la física describe en el universo, como un agujero negro desintegrando y devorando todo a su paso, o la violenta fusión de estrellas de neutrones, cuya fuerza puede curvar el espacio-tiempo, sería la culminación de esta experiencia. Sin embargo, tenemos acceso a estos fenómenos sólo a través de la teoría, por un siglo únicamente mediante fórmulas escritas en pizarras por Albert Einstein, y, hasta hace poco, a través de la detección de una minúscula anomalía que interpretamos como testimonio de esos colosales acontecimientos en lugares más lejanos de lo que podemos imaginar.
Parece que cuanto más nos acercamos a lo absolutamente Otro que se encuentra fuera de la Tierra, más profunda se vuelve la transformación ontológica. Por un lado, aunque intentamos alejarnos del planeta más humano para adentrarnos en un universo nuevo para nuestra experiencia, llevamos con nosotrxs una capa más gruesa de mediación; el puente que nos permite llegar a la realidad se hace más largo, más robusto y difícil de franquear, lleno de máquinas y datos que son la única manera de acceder a esa nueva realidad. El otro camino sería una profunda transformación biológica que nos dote de herramientas para soportar condiciones diferentes a las de nuestro planeta. En cualquier caso, el viaje espacial nos enfrenta con una inevitable transformación de la experiencia humana, que podría aislarnos aún más de la realidad o cambiar nuestra especie completamente.
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[1] El Dasein es un término alemán que significa "ser-ahí" o "existencia". En la filosofía de Martin Heidegger, el Dasein es el lugar donde se comprende el sentido del ser. El Dasein es un concepto que se utiliza para comprender la existencia humana, el ser en el mundo y el ser unx mismx. En la fenomenología de Edmund Husserl, la conciencia es un conjunto de actos llamados vivencias. Husserl describe la manifestación de las cosas mismas, mientras que Heidegger abre interpretativo-comprensivamente el ser del Dasein.
[2] [N.d.e.] Tomada en 1995, Los Pilares de la Creación es una fotografía tomada por el telescopio espacial Hubble a aproximadamente 6500 años luz de la Tierra, en la Vía Láctea. Estas aglomeraciones son llamadas así porque el gas y el polvo que las forman se encuentra en el proceso de creación de nuevas estrellas, mientras que también está siendo erosionado por la luz de las estrellas cercanas que se han formado recientemente. Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Pilares_de_la_Creaci%C3%B3n
A lo largo de la historia del pensamiento humano, lxs filósofxs han caído en cuenta de algo revelador: existe una profunda herida ontológica en la humanidad porque nuestra experiencia del mundo está mediada. El debate sobre qué es exactamente lo que atraviesa nuestra existencia y nos impide tocar directamente lo que nos acontece sigue abierto. Algunxs, como Kant, llaman fenómeno a lo que experimentamos, en contraste con el noúmeno, eternamente inalcanzable. Otrxs, como Descartes, esbozan la idea de un genio maligno que podría estar manipulando nuestros sentidos hasta hacernos dudar de nuestra propia existencia, ante lo cual estaríamos completamente indefensxs. Incluso Platón situaba las esencias de las cosas en el Topus Uranus, un lugar inaccesible para lxs mortales.
Ante estas posturas, el cuerpo aparece como un contenedor de algo otro que lo habita, pero que no puede abandonar ni experimentar el mundo fuera de él. ¿Acaso es una nave que nos sirve como vehículo para navegar los recovecos de la existencia? O, quizás, una forma de estar y ser en el mundo a la que nos volcamos constantemente. Siempre viendo hacia afuera o, como diría Husserl, nuestra conciencia volcada hacia algo que está fuera de ella pero que no es ella.
De la misma manera que sucede con nuestros cuerpos, donde la conciencia existe orientada hacia el exterior, el ser humano ha decidido emprender un nuevo viaje fuera de sí mismo, fuera del planeta que ha habitado desde su aparición. La humanidad ahora viaja por un entorno al que se le ha denominado "espacio exterior".
Llegar al espacio exterior abre el debate, ya que no hay un límite claro entre lo que todavía se considera parte de la atmósfera terrestre y aquello que se encuentra fuera de esta delgada capa invisible que protege a los seres vivos del planeta Tierra. Pareciera que los gases y el campo magnético se van difuminando hasta que las partículas son cada vez más avasalladas por la inmensa nada. A nivel internacional, la línea de Kármán, establecida a 100 km sobre la superficie de la Tierra, es aceptada como la frontera entre nuestro planeta y el espacio exterior.
Más allá de esta delgada capa de gas que recubre a nuestro hogar en el sistema solar, se encuentra lo absolutamente Otro. Los artefactos humanos pierden su efectividad, pues lo que funciona en la Tierra ya no es viable fuera de ella. El ser humano tiene que reinventarse, reconstruirse, crear puentes entre lo propio y lo diferente, e interpretar lo que se encuentra allá afuera para que sea comprensible. ¿Acaso las categorías ontológicas se ven trastocadas?
Según Aristóteles, las categorías ontológicas señalan atributos de los objetos de la realidad. Sin embargo, dado que esta realidad está eternamente mediada por algo que no nos permite acceder a ella en su totalidad, pensadorxs como Kant han sugerido que las categorías son propiamente humanas, una lente a través de la cual observamos las cosas.
En la Tierra, en nuestro entorno común y bajo las condiciones que conocemos, estas categorías parecen estar dadas y ser inamovibles, como una condición necesaria para nuestra existencia. Pero al encontrarnos en un medio adverso para la vida humana, como el vacío del espacio o en las condiciones extremas de presión, gravedad y temperatura de un cuerpo como Venus, o el gélido y volátil mundo de un cometa, vale la pena preguntarnos cómo podrían verse trastocadas o recubiertas por una capa de meta-realidad compuesta de máquinas, datos y mediaciones.
Analicemos algunas de las categorías ontológicas ante la situación de la exploración espacial. Según Aristóteles, la sustancia es aquello que permanece en una cosa a pesar de los cambios; por ejemplo, lo que hace que un perro siga siendo un perro. La Unión Soviética envió decenas de perras callejeras al espacio antes de atreverse a enviar al primer ser humano, el piloto Yuri Gagarin, quien se convertiría en el primer cosmonauta. Después de alrededor de una docena de intentos, lograron mejorar la tecnología y los sistemas de soporte vital para que los animales pudieran regresar con vida. Esta fue la primera prueba de que un ser vivo, muy similar al ser humano, podría sobrevivir a lo que antes era el insondable espacio exterior. A su regreso, estos primeros seres vivos no presentaron cambios esenciales. Sin embargo, en la historia posterior a la exploración espacial, hemos logrado extender las estancias extraterrestres por poco más de un año. Una de las situaciones más estudiadas a lo largo de la historia de los viajes espaciales es el hecho de que las estancias prolongadas fuera del planeta tienen efectos biológicos y fisiológicos sobre el cuerpo humano, algunos reversibles y otros permanentes, tras el regreso a las condiciones de origen.
En un estudio con la participación de gemelxs, donde unx estuvo casi un año en el espacio y lx otrx permaneció en la Tierra, se encontró que los telómeros —una parte del ADN que se acorta con el paso del tiempo como un proceso natural de envejecimiento de las células que, al replicarse, pierden parte de estos llamados telómeros— eran más largos en lx astronauta que permaneció en el espacio. Afirmar que rejuveneció sería aventurado, pero abre la puerta a preguntarnos si el paso del tiempo en el espacio tiene el mismo significado que para nuestros cuerpos en la Tierra.
Además de los efectos físicos, si dirigimos la mirada a Heidegger y su postulado del Dasein [1], entendiendo al ser humano como un ser en el mundo, llevarlo al espacio plantea nuevas consideraciones. Aunque Heidegger se refiere a una categoría universal, vale la pena preguntarse si se puede ser en el mundo de la misma manera cuando se está confinadx a una cápsula imposible de abandonar o a un traje que no permite el contacto con el exterior, si no es a través de una dura coraza que sólo nos entrega datos comprensibles para la conciencia pero imposibles de experimentar con nuestros sentidos. Jamás sabremos lo que se siente en la piel estar expuestxs ante una gran cantidad de radiación cósmica, pues intentarlo nos costaría la vida. Tendremos que confiar en los instrumentos que hemos creado, que son sensibles a ciertos impulsos e interpretan la realidad para advertirnos del peligro. ¿Será que esa nave, ese traje o esos instrumentos se convierten en parte de nuestros cuerpos, como una segunda piel sin la cual es imposible experimentar el exterior?
Esto nos lleva a la experiencia estética, entendida en su origen griego como el estudio de lo sensible o perceptible a través de los sentidos. Al contemplar las grandiosas imágenes de zonas del universo creadas a partir de datos transmitidos por antenas y telescopios espaciales, como Los Pilares de la Creación [2], es inevitable pensar en el postulado kantiano de lo sublime. Para Kant, lo sublime ocurre al experimentar objetos o eventos de tal magnitud que podrían destruir a lx espectadorx. Un ejemplo es la contemplación de una erupción volcánica, un evento de proporciones casi inconmensurables para un ser humano, que revela nuestra vulnerabilidad.
Sin duda, imaginar un encuentro en primera persona con algunos de los eventos que la física describe en el universo, como un agujero negro desintegrando y devorando todo a su paso, o la violenta fusión de estrellas de neutrones, cuya fuerza puede curvar el espacio-tiempo, sería la culminación de esta experiencia. Sin embargo, tenemos acceso a estos fenómenos sólo a través de la teoría, por un siglo únicamente mediante fórmulas escritas en pizarras por Albert Einstein, y, hasta hace poco, a través de la detección de una minúscula anomalía que interpretamos como testimonio de esos colosales acontecimientos en lugares más lejanos de lo que podemos imaginar.
Parece que cuanto más nos acercamos a lo absolutamente Otro que se encuentra fuera de la Tierra, más profunda se vuelve la transformación ontológica. Por un lado, aunque intentamos alejarnos del planeta más humano para adentrarnos en un universo nuevo para nuestra experiencia, llevamos con nosotrxs una capa más gruesa de mediación; el puente que nos permite llegar a la realidad se hace más largo, más robusto y difícil de franquear, lleno de máquinas y datos que son la única manera de acceder a esa nueva realidad. El otro camino sería una profunda transformación biológica que nos dote de herramientas para soportar condiciones diferentes a las de nuestro planeta. En cualquier caso, el viaje espacial nos enfrenta con una inevitable transformación de la experiencia humana, que podría aislarnos aún más de la realidad o cambiar nuestra especie completamente.
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[1] El Dasein es un término alemán que significa "ser-ahí" o "existencia". En la filosofía de Martin Heidegger, el Dasein es el lugar donde se comprende el sentido del ser. El Dasein es un concepto que se utiliza para comprender la existencia humana, el ser en el mundo y el ser unx mismx. En la fenomenología de Edmund Husserl, la conciencia es un conjunto de actos llamados vivencias. Husserl describe la manifestación de las cosas mismas, mientras que Heidegger abre interpretativo-comprensivamente el ser del Dasein.
[2] [N.d.e.] Tomada en 1995, Los Pilares de la Creación es una fotografía tomada por el telescopio espacial Hubble a aproximadamente 6500 años luz de la Tierra, en la Vía Láctea. Estas aglomeraciones son llamadas así porque el gas y el polvo que las forman se encuentra en el proceso de creación de nuevas estrellas, mientras que también está siendo erosionado por la luz de las estrellas cercanas que se han formado recientemente. Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Pilares_de_la_Creaci%C3%B3n