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Trazos cósmicos: el universo como un lienzo negro
Nahum
México
2025.06.10
Tiempo de lectura: 14 minutos

Lxs primerxs habitantes de nuestra especie en el planeta ya observaban hacia la bóveda celeste tratando de encontrar algo de sentido en torno a nuestra existencia. Buscaron en las estrellas respuestas a las preguntas más fundamentales de la experiencia humana, como: ¿quiénes somos? ¿De dónde venimos? O, ¿a dónde vamos? Desde los inicios del tiempo como lo conocemos, ya mirábamos hacia arriba para encontrarnos con un relato articulado por luces. Aquí, todxs estamos inmersxs en una historia que ahora conocemos como Universo. Nuestros ancestros teotihuacanos edificaron ciudades que entraban en diálogo con las estrellas, los mayas crearon serpientes de sombras que descienden por sus pirámides durante el equinoccio; mientras que los mexicas tallaron piedras monumentales cuidadosamente para contar la historia del Sol y el paso del tiempo. Estas culturas, así como otras más alrededor del mundo, tenían una relación íntima con el cosmos; éste se hacía presente en sus canciones y danzas, en sus templos y poemas. Así, las expresiones culturales y artísticas en torno al espacio se remontan a nuestrxs antepasadxs. 

Pasamos de unir puntos en el cielo a imaginar viajes entre ellos. Artistas y escritorxs fueron lxs primerxs en concebir viajes ultraterrestres. Basta con recordar que uno de los primeros viajes a la Luna ocurrió en la literatura, de la mano de Luciano de Samósata, 18 siglos antes de la misión Apolo 11. Además, muchas otras fantasías precedieron y anticiparon estos viajes. En sus imaginaciones, lxs humanxs viajaban de planeta en planeta y se concebían sociedades selenitas y marcianas. La literatura soñó con realizar estos viajes algún día mucho antes que la ciencia y la tecnología. El arte siempre ha estado pasos adelante en nuestro viaje a través del cosmos. Actualmente, lxs artistas siguen generando imaginarios que contrastan las visiones actuales de las agendas espaciales para vislumbrar alternativas que incorporan discursos críticos, considerando las implicaciones éticas, ambientales y filosóficas de la presencia humana en otros mundos.

Los proyectos espaciales desarrollados por las agencias y empresas privadas están replicando paradigmas que han fracasado en lograr justicia, equidad y convivialidad, no sólo con lo humano, sino con lo más que humano: otros animales y entidades como los ríos y las montañas.

Desde el punto de vista occidental de progreso y evolución, las actividades espaciales trajeron consigo avances tecnocráticos y científicos. Durante el siglo XX, la era espacial y el futuro de la humanidad se caracterizó por concebirse en las estrellas bajo un despliegue tecnológico de cohetes, naves y biósferas artificiales. Todo esto, en conjunción con las dinámicas de la Guerra Fría y el desarrollo militar a través de las tecnologías espaciales, se presentó como un ejemplo de colaboración internacional en beneficio de la Tierra. 

En la actualidad, estas dinámicas han comenzado a ser eclipsadas por una nueva agenda en las actividades espaciales. La irrupción de intereses privados, apoyados desde el gobierno estadounidense durante la gestión de Barack Obama, llegó con promesas de acelerar el desarrollo tecnológico, guiados por las lógicas del libre mercado, el retorno de inversiones y la búsqueda de utilidades económicas. En esta llamada economía espacial, el cosmos se convierte en un territorio no sólo para ser explorado, sino explotado. La minería y la extracción de recursos espaciales se alzan como los primeros eslabones de una nueva economía que continúa con las viejas reglas del capitalismo. El espacio es el nuevo territorio que espera un dueño, humano, por supuesto. 

Esta historia ya la hemos visto aquí, en nuestro hogar planetario. Nuestro desdén por los elementos más primarios y fundamentales está llevando al planeta a una era de hostilidad y de disrupción en su química. El poder de la humanidad ha acidificado los océanos, la estratósfera se contrae cada vez más, y la temperatura del planeta está incrementando de manera que la humanidad nunca ha experimentado. Este desprecio ha despojado al aire, el agua y las rocas de sentido, haciendo visible la tragedia planetaria más grande de nuestra era. Un desprecio que parece extenderse rápidamente a otros lugares en el universo.

Los imaginarios espaciales están enraizados en el aparato colonial, imperialista, patriarcal y capitalista. Sus visiones de futuro nos hablan de colonizar Marte, de crear economías con la apropiación y explotación de recursos espaciales, de la expansión infinita de la humanidad más allá de la Tierra, e incluso de colocar nuestras industrias contaminantes en otros cuerpos celestes. Es probable que en un futuro próximo exista una nueva era cosmológica que se podría llamar el Antropocosmos: una era caracterizada por la interferencia humana en el cosmos. Sólo recordemos que en la órbita de nuestro planeta ya existen cerca de 130 millones de partículas consideradas basura espacial. No será sorpresa contemplar la Luna algún día con un relieve irregular, como si fuera una manzana con mordidas, ni ver a Saturno a través de un telescopio y encontrar huecos en sus anillos. El Antropocosmos sería el resultado de la continuación de las prácticas extractivas y del expansionismo humano a beneficio de las estructuras de poder ya existentes en la Tierra. 

Pensar nuestra relación con el cosmos, en la era de los cohetes y lxs astronautas, pudo haber sido una ventana para imaginar una nueva forma de coexistencia habiendo aprendido de los errores que hemos cometido en la Tierra. Una suerte de lienzo negro, donde podríamos escribir nuevas historias sin la inercia de las múltiples crisis que atravesamos aquí. Aunque esa oportunidad parece haber sido desperdiciada, el espacio sigue siendo inagotable, aún nos puede ofrecer un nuevo comienzo; ahí podemos proyectar posibilidades y comenzar a sanar la crisis de imaginación en la que nos encontramos ahora. Podríamos concebir nuevas formas de habitar la Luna, sin depender del concepto de propiedad. Podríamos reimaginar el concepto de estado-nación a partir de lo interplanetario, en lugar de trazar líneas arbitrarias para dividir un cuerpo celeste, así como explorar nuevos modelos de organización social. 

De la misma manera que el espacio obliga a la ciencia y la tecnología a repensar y rediseñar soluciones para los viajes espaciales, también debemos reimaginar los paradigmas culturales y sociales que emplearemos. El espacio es un lienzo negro, donde podemos pintar una nueva forma de existencia en lugar de exportar los fracasos de nuestro planeta; un lugar donde proyectar visiones que generen un optimismo que hoy falta en la Tierra.

Si los grandes avances en ingeniería astronáutica han fallado en crear nuevos imaginarios, quizá tenemos que voltear la mirada hacia lo que está sucediendo en el arte y la cultura espacial. En las últimas décadas, hemos visto cómo el afrofuturismo se apoderó de la ciencia ficción y el viaje espacial para crear nuevos significados para algunas poblaciones afroamericanas. George Clinton y Parliament Funkadelic descendían de un ovni en sus conciertos para transportar a la audiencia a un mundo de libertad y psicodelia. Octavia Butler escribía ciencia ficción combinada con ficción histórica para viajar en el tiempo y explorar las brutales realidades de la esclavitud, y así develar su propia identidad. En años más recientes, hemos visto más imaginarios provenientes de los futurismos indígenas alrededor del mundo. Aquí se reimagina el futuro a través de lentes alternativos a las narrativas dominantes, desafiando los enfoques coloniales y enfatizando la resiliencia, sabiduría y conexión con lo más que humano. 

Artistas, músicxs y poetas conjuran nuevas visiones, especialmente en latitudes no occidentales, y desde perspectivas que históricamente se han silenciado. La tradición de conectar con el universo a través del arte sigue viva. Hoy más que nunca es urgente escuchar estas voces para encontrar alternativas al futuro que el capital y el patriarcado nos imponen. Nuestro planeta evidencia constantemente los efectos de estos sistemas, y llevarlos al espacio o al futuro no sólo es irresponsable sino absurdo. Necesitamos visiones que sean capaces de inspirar y sanar la relación tan problemática que tenemos con las demás existencias que nos rodean.

Es en este lienzo negro del cosmos donde debemos reencontrarnos para escribir nuevas historias que honren cada piedra, cada gota de agua, cada molécula de aire. Una historia en la que aprendamos a ver más allá de lo utilitario y lo económico, reconociendo el valor de todas las formas de existencia por el simple hecho de ser parte de este universo. Ese lienzo negro permanece ahí, invitándonos a imaginar.

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Lxs primerxs habitantes de nuestra especie en el planeta ya observaban hacia la bóveda celeste tratando de encontrar algo de sentido en torno a nuestra existencia. Buscaron en las estrellas respuestas a las preguntas más fundamentales de la experiencia humana, como: ¿quiénes somos? ¿De dónde venimos? O, ¿a dónde vamos? Desde los inicios del tiempo como lo conocemos, ya mirábamos hacia arriba para encontrarnos con un relato articulado por luces. Aquí, todxs estamos inmersxs en una historia que ahora conocemos como Universo. Nuestros ancestros teotihuacanos edificaron ciudades que entraban en diálogo con las estrellas, los mayas crearon serpientes de sombras que descienden por sus pirámides durante el equinoccio; mientras que los mexicas tallaron piedras monumentales cuidadosamente para contar la historia del Sol y el paso del tiempo. Estas culturas, así como otras más alrededor del mundo, tenían una relación íntima con el cosmos; éste se hacía presente en sus canciones y danzas, en sus templos y poemas. Así, las expresiones culturales y artísticas en torno al espacio se remontan a nuestrxs antepasadxs. 

Pasamos de unir puntos en el cielo a imaginar viajes entre ellos. Artistas y escritorxs fueron lxs primerxs en concebir viajes ultraterrestres. Basta con recordar que uno de los primeros viajes a la Luna ocurrió en la literatura, de la mano de Luciano de Samósata, 18 siglos antes de la misión Apolo 11. Además, muchas otras fantasías precedieron y anticiparon estos viajes. En sus imaginaciones, lxs humanxs viajaban de planeta en planeta y se concebían sociedades selenitas y marcianas. La literatura soñó con realizar estos viajes algún día mucho antes que la ciencia y la tecnología. El arte siempre ha estado pasos adelante en nuestro viaje a través del cosmos. Actualmente, lxs artistas siguen generando imaginarios que contrastan las visiones actuales de las agendas espaciales para vislumbrar alternativas que incorporan discursos críticos, considerando las implicaciones éticas, ambientales y filosóficas de la presencia humana en otros mundos.

Los proyectos espaciales desarrollados por las agencias y empresas privadas están replicando paradigmas que han fracasado en lograr justicia, equidad y convivialidad, no sólo con lo humano, sino con lo más que humano: otros animales y entidades como los ríos y las montañas.

Desde el punto de vista occidental de progreso y evolución, las actividades espaciales trajeron consigo avances tecnocráticos y científicos. Durante el siglo XX, la era espacial y el futuro de la humanidad se caracterizó por concebirse en las estrellas bajo un despliegue tecnológico de cohetes, naves y biósferas artificiales. Todo esto, en conjunción con las dinámicas de la Guerra Fría y el desarrollo militar a través de las tecnologías espaciales, se presentó como un ejemplo de colaboración internacional en beneficio de la Tierra. 

En la actualidad, estas dinámicas han comenzado a ser eclipsadas por una nueva agenda en las actividades espaciales. La irrupción de intereses privados, apoyados desde el gobierno estadounidense durante la gestión de Barack Obama, llegó con promesas de acelerar el desarrollo tecnológico, guiados por las lógicas del libre mercado, el retorno de inversiones y la búsqueda de utilidades económicas. En esta llamada economía espacial, el cosmos se convierte en un territorio no sólo para ser explorado, sino explotado. La minería y la extracción de recursos espaciales se alzan como los primeros eslabones de una nueva economía que continúa con las viejas reglas del capitalismo. El espacio es el nuevo territorio que espera un dueño, humano, por supuesto. 

Esta historia ya la hemos visto aquí, en nuestro hogar planetario. Nuestro desdén por los elementos más primarios y fundamentales está llevando al planeta a una era de hostilidad y de disrupción en su química. El poder de la humanidad ha acidificado los océanos, la estratósfera se contrae cada vez más, y la temperatura del planeta está incrementando de manera que la humanidad nunca ha experimentado. Este desprecio ha despojado al aire, el agua y las rocas de sentido, haciendo visible la tragedia planetaria más grande de nuestra era. Un desprecio que parece extenderse rápidamente a otros lugares en el universo.

Los imaginarios espaciales están enraizados en el aparato colonial, imperialista, patriarcal y capitalista. Sus visiones de futuro nos hablan de colonizar Marte, de crear economías con la apropiación y explotación de recursos espaciales, de la expansión infinita de la humanidad más allá de la Tierra, e incluso de colocar nuestras industrias contaminantes en otros cuerpos celestes. Es probable que en un futuro próximo exista una nueva era cosmológica que se podría llamar el Antropocosmos: una era caracterizada por la interferencia humana en el cosmos. Sólo recordemos que en la órbita de nuestro planeta ya existen cerca de 130 millones de partículas consideradas basura espacial. No será sorpresa contemplar la Luna algún día con un relieve irregular, como si fuera una manzana con mordidas, ni ver a Saturno a través de un telescopio y encontrar huecos en sus anillos. El Antropocosmos sería el resultado de la continuación de las prácticas extractivas y del expansionismo humano a beneficio de las estructuras de poder ya existentes en la Tierra. 

Pensar nuestra relación con el cosmos, en la era de los cohetes y lxs astronautas, pudo haber sido una ventana para imaginar una nueva forma de coexistencia habiendo aprendido de los errores que hemos cometido en la Tierra. Una suerte de lienzo negro, donde podríamos escribir nuevas historias sin la inercia de las múltiples crisis que atravesamos aquí. Aunque esa oportunidad parece haber sido desperdiciada, el espacio sigue siendo inagotable, aún nos puede ofrecer un nuevo comienzo; ahí podemos proyectar posibilidades y comenzar a sanar la crisis de imaginación en la que nos encontramos ahora. Podríamos concebir nuevas formas de habitar la Luna, sin depender del concepto de propiedad. Podríamos reimaginar el concepto de estado-nación a partir de lo interplanetario, en lugar de trazar líneas arbitrarias para dividir un cuerpo celeste, así como explorar nuevos modelos de organización social. 

De la misma manera que el espacio obliga a la ciencia y la tecnología a repensar y rediseñar soluciones para los viajes espaciales, también debemos reimaginar los paradigmas culturales y sociales que emplearemos. El espacio es un lienzo negro, donde podemos pintar una nueva forma de existencia en lugar de exportar los fracasos de nuestro planeta; un lugar donde proyectar visiones que generen un optimismo que hoy falta en la Tierra.

Si los grandes avances en ingeniería astronáutica han fallado en crear nuevos imaginarios, quizá tenemos que voltear la mirada hacia lo que está sucediendo en el arte y la cultura espacial. En las últimas décadas, hemos visto cómo el afrofuturismo se apoderó de la ciencia ficción y el viaje espacial para crear nuevos significados para algunas poblaciones afroamericanas. George Clinton y Parliament Funkadelic descendían de un ovni en sus conciertos para transportar a la audiencia a un mundo de libertad y psicodelia. Octavia Butler escribía ciencia ficción combinada con ficción histórica para viajar en el tiempo y explorar las brutales realidades de la esclavitud, y así develar su propia identidad. En años más recientes, hemos visto más imaginarios provenientes de los futurismos indígenas alrededor del mundo. Aquí se reimagina el futuro a través de lentes alternativos a las narrativas dominantes, desafiando los enfoques coloniales y enfatizando la resiliencia, sabiduría y conexión con lo más que humano. 

Artistas, músicxs y poetas conjuran nuevas visiones, especialmente en latitudes no occidentales, y desde perspectivas que históricamente se han silenciado. La tradición de conectar con el universo a través del arte sigue viva. Hoy más que nunca es urgente escuchar estas voces para encontrar alternativas al futuro que el capital y el patriarcado nos imponen. Nuestro planeta evidencia constantemente los efectos de estos sistemas, y llevarlos al espacio o al futuro no sólo es irresponsable sino absurdo. Necesitamos visiones que sean capaces de inspirar y sanar la relación tan problemática que tenemos con las demás existencias que nos rodean.

Es en este lienzo negro del cosmos donde debemos reencontrarnos para escribir nuevas historias que honren cada piedra, cada gota de agua, cada molécula de aire. Una historia en la que aprendamos a ver más allá de lo utilitario y lo económico, reconociendo el valor de todas las formas de existencia por el simple hecho de ser parte de este universo. Ese lienzo negro permanece ahí, invitándonos a imaginar.